En el artículo anterior hemos tratado las dietas cetogénicas y lo que, según un estudio de la universidad de Oslo, producen en nuestro
organismo; pero aun así las dietas cetogénicas se vienen empleando desde hace
décadas con el fin de perder peso y, si bien es cierto que conducen a una
bajada del mismo, presentan múltiples efectos negativos para nuestra salud, por lo que
no son dietas recomendables para adelgazar, aunque sean las más recomendadas en
gimnasios (donde son conocidas como "descarga de hidratos", la cual alternan con la "recarga") y herbolarios con poca idea sobre dietética y nutrición. Algunos ejemplos que podemos encontrar son: "La Dieta de los 30 Días", "Dieta cetogénica para pacientes con cáncer"...
A diferencia de una dieta hipocalórica equilibrada, con un
bajo contenido en grasas (que sería la adecuada si nuestro objetivo es bajar de
peso); las dietas cetogénicas generan una exagerada movilización
proteica-lipídica, una pérdida importante de masa magra (si la dieta cetogénica se alarga más tiempo de lo recomendado) y un aumento de los
niveles de ácido úrico, lo que incrementa el riesgo de sufrir enfermedades como
la gota o incluso cálculos renales. Además, al ser ricas en grasas saturadas y
colesterol, aumentan el riesgo aterosclerótico, tal y como se ha demostrado en
el estudio expuesto en la entrada anterior.
Igualmente, este tipo de dietas provoca la movilización del
calcio óseo, favoreciendo la aparición de osteoporosis, además de conducir a la
aparición de estreñimiento severo (al ser bajas en fibra), causa deshidratación por la formación de cuerpos cetónicos, aparece un fuerte mal aliento (se recomienda beber mucha agua para reducir este efecto secundario), en algunas personas pueden aparecer náuseas, dolores de cabeza, vómitos, fatiga física...
Al eliminar los alimentos ricos en carbohidratos, que
contienen determinadas vitaminas y minerales, podemos ocasionar también
importantes deficiencias de algunos micronutrientes.
Aunque la reducción de peso que se produce con este tipo de
dietas parece ser importante durante los tres y los seis primeros meses de
tratamiento, las diferencias que pueden existir con una dieta hipocalórica
convencional baja en grasas se pierden a partir de los doce meses de su
seguimiento, ya que el peso comienza a estancarse, por lo que, a largo plazo,
tampoco representan una ventaja en este sentido, además del comienzo de la
aparición de problemas serios en nuestra salud.
Una dieta hipocalórica convencional, variada (que incluya
todos los alimentos) y equilibrada, con una cantidad adecuada de los nutrientes
energéticos (proteínas, grasas e hidratos de carbono), en la que se reduzcan
las raciones consumidas, pero se mantengan las proporciones adecuadas de dichos
nutrientes, acompañada de ejercicio físico, es la forma más
saludable de perder peso.
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